Su silueta encorvada con el petate mugriento a la espalda avanza hacia nosotros. Parece un espectro hecho con retales del pasado. No sé qué hacer. No siento el impulso de abrazarlo. ¿Por qué no regresó con los demás?, me pregunto. Ya pasé el luto, el duelo, y doné todas sus cosas.
Mis hijos me miran con los ojos llenos de preguntas. No es posible que lo recuerden. La niña tenía poco más de dos años y el chico era un bebé. Hace mucho tiempo que tienen otro padre.
Me explica que viene huyendo de un batallón enemigo, que si puedo cobijarlo hasta que pasen de largo, que serán sólo unos días. Yo le digo que sí, que si son sólo unos días sí, que tenemos un cuarto de invitados. Me pide algo de beber y, antes de que diga si puede ser limonada fresca, ya la estoy sacando de la nevera.
CORAZONES
Se pasa el día emborronando folios. El abuelo dice que la dejemos, que es un comienzo. Mamá la mira de reojo mientras finge leer. Dice que parece feliz y es lo que cuenta. Papá ni la mira, como antes.
Hoy es su cumpleaños y vinieron mis tíos; le preguntaron si sabía que día era y dijo que jueves, y aunque le chivé que diez de febrero, ella dijo siete de noviembre; tampoco supo decir cuantos años cumplía pese a tener enfrente las sesenta velas.
Siguió a lo suyo, garabateando. Dibujó un corazón verde con el nombre del abuelo dentro y él lloró con muchas lágrimas, tontas, las llamó, aunque a mí me parecieron lágrimas normales; después cogió el dibujo, lo dobló con cuidado, y lo guardó en el bolsillo de la camisa, muy cerca del corazón.
Con estos relatos participé en el I CONCURSO JAVIER TOMEO de microrrelatos organizado por la Asociación Literaria Poiesis de Alcañiz, vaya desde aquí mi agradecimiento por publicar uno de los textos en su revista y por distinguir el otro con un diploma.